in Boletín de Filología
Sobre la (vana) tarea de evaluar lenguas
Resumen:
Las lenguas han sido sometidas a evaluaciones de todo tipo, que han resultado en muchos juicios de valor sobre ellas, esto es, sobre el carácter mejor o peor de ciertas lenguas frente a otras. Esta situación persiste actualmente, de modo que la tesis de igualitarismo lingüístico es amenazada por diferentes propuestas. Este artículo analiza críticamente la evaluación de lenguas, sosteniendo que cualquier intento científico de evaluar lenguas desde una óptica lingüística debería satisfacer la condición básica de ofrecer criterios objetivos. Sin embargo, el trabajo muestra que esa condición no se satisface, y formula cuatro diferentes problemas de los que adolece la evaluación de lenguas, lo cual convierte las propuestas de otorgar diferente valor a las lenguas en arbitrarias y/o descontextualizadas. Nuestra conclusión consiste en que construir ránkings de lenguas (según muy diferentes parámetros) basados en su diferente valor no solo no añade nada al conocimiento científico sobre el lenguaje, sino que, en la mayor parte de casos, expresa o fomenta prejuicios lingüísticos.
1. INTRODUCCIÓN
Nota de autor 1
Nota de autor 2
La valoración o evaluación de las lenguas, esto es, el establecimiento de juicios de valor sobre ellas, traducido en sostener diferencias entre el valor relativo de diferentes lenguas según las cuales unas se consideran mejores que otras, fue una tarea frecuente en el pasado. El vasto trabajo hecho por la lingüística con muchas lenguas del mundo en el siglo XX rechazó esa posibilidad, auspiciando la ‘visión de consenso’ según la que “the thesis that some languages are intrinsecally better than others has to be denied”, porque “it has no basis in linguistic fact” (Crystal 1997: 7). Por ello, la lingüística defiende el igualitarismo lingüístico, la igualdad esencial de las lenguas (cf. Moreno Cabrera 2000), sin que esto presuponga su homogeneidad. Sin embargo, advierte Crystal (1997: 6) que “this tenet of modern linguistics […] still needs to be defended”, algo refrendado por Bernárdez (1999: 137): “Los no lingüistas, y algunos lingüistas, hablan muchas veces de lenguas ‘primitivas’ o gustan de clasificarlas en mejores y peores”.
Un ejemplo muy reciente (y triste) de la evaluación de lenguas y de asunción de lenguas mejores y peores se debe a R. M. W. Dixon, un reputado tipólogo y lingüista de campo. Según Dixon (2010: 4), “all languages are roughly equal in terms of overall complexity. But surely they are not all of precisely the same value”. Dixon (2010, 2016) sostiene que la lingüística debe evaluar lenguas y que es posible usar distintos parámetros para clasificarlas en mejores y peores. Por ello, Dixon parece insatisfecho con la posición de igualitarismo lingüístico.
Este artículo no tratará la posición de Dixon (remitimos al lector interesado a Longa 2020, Longa y López-Rivera 2022), si bien usará algún ejemplo suyo. Tampoco abordaremos las condiciones con respecto a las que se evalúan lenguas, muy bien tratadas por Lehmann (2006a , 2006b). Lo que analizaremos serán los resultados de las evaluaciones, que asumen que algunas lenguas son mejores que otras. Por tanto, pretendemos determinar si los resultados de evaluar lenguas son defendibles científicamente (lingüísticamente), tratando aspectos como cuáles son los objetivos de la evaluación de lenguas y en qué se asientan esas propuestas. Sin duda, en ciencia ninguna pregunta puede vetarse, y esto rige para la cuestión abordada aquí. No obstante, las respuestas ofrecidas a las preguntas planteadas deben evaluarse científicamente. Aquí sostendremos que las muchas propuestas, ayer y hoy, de evaluar lenguas, situando las ‘mejores’ en los lugares superiores del ránking y las ‘peores’ en los inferiores, carecen de toda base científica. De hecho, muchas propuestas en este sentido en el pasado han sido descartadas sucesivamente por la lingüística según esta disciplina ha avanzado en el estudio sobre el lenguaje.
En concreto, discutiremos cuatro problemas graves que presentan las propuestas de evaluar lenguas (apartado 2): (1) usar una estrategia de abstracción y un procedimiento top-down, (2) ignorar el contexto concreto de las lenguas, (3) asumir visiones insostenibles sobre el lenguaje, y (4) adoptar argumentos extralingüísticos. Como veremos, muchas propuestas han participado de uno o varios de estos problemas. Cualquier intento de evaluar lenguas desde una óptica lingüística debería satisfacer una condición básica: usar criterios objetivos e inequívocos. Sin embargo, los problemas referidos convierten las propuestas de evaluar lenguas en descontextualizadas o arbitrarias. De ahí que, a nuestro juicio, evaluar lenguas es un objetivo vano, que no solo no añade nada al conocimiento científico sobre el lenguaje, sino que incluso fomenta prejuicios lingüísticos (o, más en general, ideologías lingüísticas, en tanto que representaciones intergrupales, socialmente compartidas y sistémicas) muy nocivos para las lenguas y sus hablantes. De hecho, muchos de los 100 prejuicios discutidos por Moreno Cabrera (2000: 237-265), que perviven ampliamente en la sociedad, no son más que el resultado de evaluar lenguas.
El apartado 3 ofrece otra razón adicional para sospechar de las evaluaciones de lenguas, de establecer lenguas mejores y peores, referido a la variación intralingüística: la lingüística ha mostrado fehacientemente que no existen dialectos mejores o peores, superiores o inferiores. Dada la difusa barrera entre lengua y dialecto (distinción más sociopolítica que lingüística), tampoco es esperable que haya lenguas mejores o peores. Por su parte, el apartado 4 aborda una cuestión muy discutida actualmente: la existencia de lenguas más o menos complejas. Aunque con apariencia de supuesta cientificidad, esta cuestión pretende igualmente evaluar lenguas y establecer ránkings de ellas. El apartado 5 ofrece las principales conclusiones del trabajo.
2. PROBLEMAS DE LA EVALUACIÓN DE LENGUAS
Este apartado discutirá cuatro problemas graves que a nuestro juicio presentan las evaluaciones de lenguas, traducidas en sostener lenguas mejores o peores.
2.1. Abstracción y procedimiento top-down
Algunas propuestas para evaluar lenguas adoptan una estrategia de abstracción asentada en un procedimiento top-down (nótese que Preston 2006: 525 afirma que las teorías-folk o de sentido común sobre el lenguaje comparten ese mismo procedimiento). La razón consiste en que esas propuestas formulan (implícita o explícitamente) algún tipo de lengua ideal que supuestamente representa mejor el lenguaje, evaluando las lenguas según cuán parecidas o diferentes sean con respecto a esa lengua ideal. Como señala Linell (2005: 150), “mortal human beings may have an imperfect language or linguistic competence, but there is, or has to be, a perfect language somewhere”.
Además de abstracto, ese proceder es arbitrario, pues no existen razones objetivas para justificar esa lengua ideal, que deriva de las meras preferencias personales de quien la postula. Por ejemplo, como indica Crystal (1997: 7), el latín y el griego se consideraron durante siglos lenguas ideales, debido a la literatura y el pensamiento expresado en ellas. Otro ejemplo es la creencia del siglo XIX de que las lenguas aislantes son las más primitivas, y las flexivas, las más evolucionadas o perfectas. Sin embargo, como señala Moreno Cabrera (2003 : 466), esta idea conduciría a absurdos como que el inglés actual, predominantemente aislante, es más primitivo que el inglés antiguo, predominantemente flexivo. Obviamente, hace ya mucho tiempo que la lingüística ha rechazado tales razonamientos.
Un ejemplo muy reciente de este proceder lo ofrece Dixon (2016), quien formula 42 rasgos que debe tener una lengua ideal, los cuales “should ideally be present in every language” (Dixon 2016: 213) y que aseguran, según este autor, que se cumplan las funciones del lenguaje 3 . Por tanto, esa lengua ideal es usada para juzgar o evaluar las lenguas, que serán mejores o peores según se acerquen o alejen de ella.
Pero sostener que un tipo concreto de arquitectura gramatical es mejor o más eficiente es una falacia, pues las funciones del lenguaje pueden ser cumplidas por otros conjuntos muy diferentes de rasgos (cf. nota 3). Por ejemplo, un rasgo que Dixon (2016: 229-230) incluye en esa lengua ideal es un sistema de marcado de caso, con “perhaps half-a-dozen cases”. La implicación es obvia: el latín sería una lengua ideal, al tener 6 casos, pero el sumerio (10 casos; Edzard 2003), vasco (11 casos; Urquizu Sarasua 2013), finés (15 casos; Karlsson 1999) o húngaro (22 casos; Rounds 2001) distarían mucho de ser ideales, al igual que el español, que carece de ellos. Sin embargo, frente a la idea de Dixon de que un tipo concreto de arquitectura gramatical es mejor o más eficiente para garantizar las funciones del lenguaje, muchas arquitecturas diferentes (las del sumerio, latín o español) cumplen esas funciones: no hay correlación alguna entre una estructura gramatical concreta y satisfacer mejor o peor las funciones del lenguaje. Como señala Hall (2020 : 149), “a language’s suitability for social goals depends on its social properties, not its structural ones”. Por tanto, tener más o menos casos, o incluso tenerlos o no, no asegura ni mayor ni menor eficiencia comunicativa, y lo mismo rige para las restantes funciones. La conclusión obvia consiste en que esa lengua ideal con respecto a la cual se juzgan las lenguas es arbitraria y subjetiva, una mera cuestión de gusto personal. En realidad, toda lengua es una lengua ideal, por ser lengua natural.
El problema de la abstracción está presente en mayor o menor medida, como veremos, en los restantes problemas que tratamos a continuación.
2.2. Ignorar el contexto concreto de cada lengua
Muchas propuestas que evalúan lenguas usan una estrategia de descontextualización (derivada de la abstracción) al sostener evaluaciones desde una óptica absoluta. Pero esto supone ignorar las circunstancias concretas que explican precisamente por qué cada lengua es como es. La única posibilidad sería una discusión relativa (no absoluta) según un contexto dado, si bien en este caso se pierde cualquier opción de comparación global, que es lo que sostienen los intentos de evaluar lenguas.
Un ejemplo de este problema lo ofrece de nuevo Dixon (2010: 4): “surely, they [languages] are not all of precisely the same value. Might not some languages be better than others, for certain purposes?”. El propio autor ofrece criterios para responder: “Does one language provide a superior framework for deep discussion of kinship relationships, or of subtleties of taste, or for assessing the worth of cattle herds?”.
Estas sugerencias son, cuando menos, extravagantes. Por ejemplo, las relaciones de parentesco (kinship) son usadas por muchas lenguas para clasificar individuos con respecto al resto de miembros de la comunidad, de modo que “each person in a small community is related to each other person through a set of intricate algorythms” (Dixon 2016: 4). Así sucede en bastantes lenguas australianas, o también en lenguas como el jarawara, donde “each member of the community is related to everyone else. Each kin term has a basic referent and then a number of extended referents by application of equivalence rules” (Dixon 2004: 7).
Pero creer que una lengua puede ser mejor o peor que otra por tener o no un sistema de ese tipo carece de sentido. En primer lugar, el propio Dixon (2016: 4) señala que los algoritmos complejos propios de los sistemas de kinship solo se justifican en una comunidad pequeña, pero no en una grande formada por decenas o cientos de miles de personas, que no están vinculados entre sí de manera estrecha. Además, ese sistema es un aspecto idiosincrásico de la cultura reflejado en la lengua, por lo que no existirá en culturas (y lenguas) donde no se sienta como necesario. La estrategia de Dixon sorprende mucho, porque siempre ha reconocido el vínculo íntimo entre una lengua y su cultura-sociedad, y cómo ese contexto tiene un papel clave en moldear la lengua: “One can only fully comprehend the interwoven underpinnings and implications of a language through having some familiarity with the shared cultural heritage of its speakers” (Dixon 2015: 1), de modo que cada lengua “mirrors the society it serves” (Dixon 2016: 242).
Por tanto, el argumento de Dixon difícilmente se entiende: si una lengua A tiene un rasgo derivado de un aspecto concreto de la cultura de la comunidad y otra lengua B posee otro rasgo diferente debido a otra característica comunitaria, ¿cómo es posible ignorar esas circunstancias para evaluar ambas lenguas y juzgar cuál es mejor? Esto supone comparar peras con limones. La clave no es si la lengua A es mejor o peor que B, sino si ambas son adecuadas para expresar la cultura y visión del mundo de esa sociedad. Y la respuesta obvia es que sí, pues las lenguas fueron moldeadas por sus sociedades. Por tanto, “the observation that each language is good at reflecting the organization of the society in which it is spoken does not get us any closer to saying whether one language is better than another in any general sense” (Hall 2020: 149).
La cita previa de Dixon ofrece otro ejemplo disparatado de su argumento, cuando señala que una lengua puede ser mejor si ofrece un marco para “assessing the worth of cattle herds”. Por ejemplo, en la Castilla medieval la ganadería fue una actividad clave (Rodríguez-Picavea Mantilla 1998), por lo que el español tiene muchos términos sobre ella. Sin embargo, la economía mexica, basada en la agricultura intensiva y el comercio, apenas tuvo ganadería (Aguilar-Moreno 2006; Hirth 2016), por lo que esa sociedad carecía de términos para aludir a una actividad inexistente. ¿Realmente podemos pensar, como sugiere Dixon, que una lengua con más términos ganaderos es mejor que otra sin ellos?; ¿podemos pensar que el castellano es mejor que el nahuatl por tener más términos ganaderos? Los mexicas carecían de ellos simplemente porque no los precisaban. Una lengua tiene las palabras que debe tener en cada etapa, las que nombran objetos y conceptos de su entorno (Tusón 1996: 63). Por tanto, este criterio no puede usarse para determinar que haya lenguas mejores o peores.
En resumen, en los ejemplos tratados la evaluación de lenguas procede mediante una estrategia de descontextualización que ignora el contexto concreto de cada lengua.
2.3. Visiones insostenibles sobre el lenguaje
A medio caballo entre el desconocimiento sobre el lenguaje y los prejuicios lingüísticos, muchos intentos de evaluar lenguas se han erigido o erigen sobre visiones infundadas del lenguaje. Discutimos algunas propuestas concretas.
Un ejemplo paradigmático es la consideración de las lenguas de signos. Durante mucho tiempo, “sign languages were regarded as exemplifying a primitive universal way of communicating through gestures” (Pfau et. al 2012: 1), esto es, como “nothing more than pantomime or a language of gestures” (Goldin-Meadow y Brentari 2017: 1) (cf. McBurney 2012 sobre un tratamiento histórico, y Krausneker 2015 sobre las ideologías y actitudes ante esas lenguas). Así, fueron tomadas como versiones degeneradas de las lenguas orales, y mucho más limitadas que estas. Incluso autores como Bloomfield (1933: 39) asumieron tal visión: “It seems certain that these gesture languages are merely developments of ordinary gestures and that any and all complicated or not immediately intelligible gestures are based on the conventions of ordinary speech”. Otro ejemplo muy conocido al respecto es la equiparación de Hockett (1958, 1960) entre el lenguaje y la vía vocal auditiva, que excluía la vía visual-gestual.
El comienzo del análisis sistemático de las lenguas de signos, representado por Stokoe (1960), reveló que son tan complejas como las orales (cf. Anderson 2004: cap. 9; Neidle 2000), por lo que “sign languages are equipped with the same expressive power that is inherent in spoken languages. Sign languages can express complicated and intricate concepts with the same degree of explicitness and eloquence as spoken languages” (Emmorey 2002: 3) (para otros mitos sobre las lenguas de signos, cf. Emmorey 2002: 1-3 y Scheetz 2012: cap. 1). Pero ese prejuicio se resiste a desaparecer, como muestran estas palabras de Reeves (1976 : 12): “The argument against the traditional sign language, that it is nongrammatical and impedes the development of correct language forms, is valid”. Tal como señala Krausneker (2015 : 416), la consideración de las lenguas signadas como inferiores a las orales supone una evaluación que “places sign languages low in an imagined hierarchy of languages”, al asumir que no son lenguas plenas.
Otro ejemplo de una visión insostenible sobre el lenguaje es el written language bias (Linell 2005, 2019), o de modo equivalente, el scriptism (Taylor 1997), que implica “the influence of writing on the conceptualization of speech” (Taylor 1997: 52). Pero esta visión es inadecuada, pues la escritura ofrece una óptica distorsionada de la lengua oral (Moreno Cabrera 20072008: 215), entre otras razones porque el estándar escrito surge de procesos de elaboración y codificación en todos los componentes, siendo así en buena medida una variedad artificial (cf. también Moreno Cabrera 2013, 2014b) muy alejada de la lengua oral (cf. Miller y Weinert 1998 sobre las grandes diferencias entre inglés espontáneo y estándar).
Esta cuestión tiene una implicación importante para este trabajo: evaluar lenguas según dispongan o no de un sistema de escritura, asumiendo que las que lo tienen son superiores a las que carecen de él 4 . Sin embargo, esta visión, sostenida por ejemplo por Salvador (1992), no se basa en razones objetivas: sin duda, la escritura es muy importante para una cultura, como ‘memoria externa’ en el sentido de Donald (1991), pero, por sí misma, “la escritura no introduce ningún aspecto esencial nuevo en la estructura de la lengua” (Moreno Cabrera 2000: 261), a lo cual se une el ya referido carácter artificial.
2.4. Uso de argumentos extralingüísticos
El primer ejemplo que vamos a analizar, la asunción de lenguas primitivas, un prejuicio especialmente grave, se podría haber tratado en el apartado previo, al constituir, sin duda, una visión insostenible sobre el lenguaje. Sin embargo, lo tratamos aquí porque gran parte de los argumentos sobre supuestas lenguas primitivas se asientan en razones extralingüísticas (por ejemplo, la complejidad o no de la cultura respectiva), que son proyectadas de manera absolutamente inadecuada al ámbito lingüístico.
Černý (2006: 22-27) es un ejemplo lamentable al respecto, que asume plenamente la existencia de lenguas primitivas, vinculándolas con el grado de desarrollo cultural de sus sociedades (aquí reside el argumento extralingüístico, proyectado injustificadamente al ámbito lingüístico). Tras apuntar que “existen en nuestro planeta hombres que viven en el paleolítico o en otro estadio rudimentario de la evolución”, Černý (2006: 22) señala que “el análisis de las lenguas llamadas ‘primitivas’ 5 […] ha demostrado que su léxico es muy pobre en comparación con el de las lenguas modernas”, o que “también la gramática suele ser menos desarrollada en las lenguas primitivas”, o que en la fonética existe “mayor número de interjecciones y exclamaciones no articuladas” (Černý 2006: 23), o que en ellas “son muy importantes los gestos y la mímica” (Černý 2006: 23). Incluso llega a afirmar que “se supone que los Arapahos difícilmente pueden entenderse en la oscuridad, porque su vocabulario por sí solo es demasiado pobre” (Černý 2006: 23), o que de la lengua de los bosquimanos (khoisan), a su juicio una de las más primitivas del mundo, “alguien ha dicho que toda su gramática podría escribirse sobre un sello postal” (Černý 2006: 23). Además de basarse en rumores (no cita fuentes confrontables), y creer incorrectamente que el khoisan es una única lengua, Černý desconoce diferentes gramáticas de las lenguas khoisan, como Heine y König (2015), Kilian-Hatz (2008) o Steeman (2011) 6 , tan extensas como las de cualquier otra lengua (para una visión general sobre los rasgos de las lenguas khoisan, cf. Witzlack-Makarevich y Nakagawa 2019). Por ello, como apunta Moreno Cabrera (2000: 32), “Ni las lenguas koisanas del suroeste de África, reputadas por algunos como las más antiguas de la humanidad, presentan síntomas de la sencillez que esperaríamos encontrar en las lenguas primitivas”.
Por otro lado, que el arapaho tiene un léxico pobre es, sencillamente, falso: por ejemplo, Kazeminejad (2017) señalan que “a base listing of 10,000 verbs” es muy fácilmente obtenible para una lengua polisintética como el arapaho. Por otro lado, Cowell (2012: 2) señala que en el diccionario de arapaho compilado por él “there are many thousands of additional words which could still be added”.
Como indica Crystal (1997: 6), “every culture which has been investigated, no matter how ‘primitive’ it may be in cultural terms, turns out to have a fully developed language, with a complexity comparable to those of the so called ‘civilized’ nations”. Esto se ha reiterado una vez tras otra conforme se han descrito más y más lenguas, de modo que “una de las aportaciones fundamentales de la lingüística actual es haber puesto de manifiesto que no existen lenguas primitivas” (Moreno Cabrera 2000: 12), en tanto que “cada vez que se describe una lengua ignota hasta ahora […] se constata una vez más que no hay lenguas primitivas. Por tanto, la duda sobre si existen estas lenguas o no, no tiene ningún fundamento empírico hoy por hoy” (Moreno Cabrera 2000: 32-33). Evaluar las lenguas como primitivas o desarrolladas es una falacia sin justificación.
Otra propuesta diferente, que también pretende evaluar lenguas con argumentos extralingüísticos, diferenciándolas en mejores y peores, la ofrece Salvador (1992). Este autor sostiene que las lenguas no son iguales ni disponen del mismo valor: “Quizás sea este el momento de decir que no todas las lenguas son iguales. Porque se ha extendido últimamente la opinión de que sí lo son, se ha generalizado el dogma del igualitarismo lingüístico” (Salvador 1992: 93). Más bien, “la realidad lo que nos ofrece son lenguas muy desiguales, tremendamente desiguales diría yo” (Salvador 1992: 94), de modo que “el igualitarismo es doctrina aplicable a los hombres, pero no en absoluto a los idiomas. Los idiomas son objetos esencialmente desiguales” (Salvador 1992: 97).
Los dos criterios que adopta Salvador para efectuar esa sorprendente afirmación son ser instrumento de comunicación y vehículo de cultura. Nos centramos en el primero. Según Salvador (1992: 94), “como el valor esencial de un instrumento, de un utensilio, es precisamente su utilidad, la desigualdad instrumental de las lenguas es una desigualdad computable, puede establecerse numéricamente” (Salvador 1992: 94). Por ello, afirma que las lenguas con más hablantes tienen más valor (son mejores) que las de menos hablantes: “el valor de las lenguas, su utilidad, se puede medir por el número de sus hablantes” (Salvador 1992: 38-39). Notemos que esta idea remite a uno de los prejuicios discutidos por Moreno Cabrera (2000: 243), que pervive ampliamente en la sociedad: “Cuantos más hablantes tenga una lengua, más rica y perfecta será esta”.
Sin embargo, la argumentación de Salvador es una falacia, porque el criterio aducido es extralingüístico, aunque es proyectado (de modo tan inadecuado como infundado) al ámbito lingüístico: el número de hablantes no se vincula con la lengua en sí, sino con las circunstancias históricas experimentadas por ella; español o inglés (dos de las lenguas citadas por Salvador) tienen muchos hablantes por todo el mundo no por disponer de un valor intrínseco superior al del gallego o vasco (lenguas con muchos menos hablantes), sino por haber estado implicadas en procesos de expansión colonial en todos los continentes, algo de lo que gallego y vasco carecieron. ¿Realmente se puede sostener, basándose en este argumento extralingüístico, que el valor de lenguas con pocos hablantes es inferior al de lenguas como el inglés o el español?
Por otro lado, según Salvador (1992: 44), “buena parte del éxito del castellano hay que atribuírselo a sus cinco vocales netamente diferenciadas, el sistema vocálico más perfecto de los posibles”. Esta idea es un sinsentido. El éxito del castellano (medido por el número de hablantes, como hace este autor) se debe, reiteramos, a su expansión colonial más que a disponer de 5 vocales, algo obvio si consideramos que un sistema vocálico como el del inglés, con muchas más vocales, y por ello mucho menos ‘perfecto’ según Salvador, está también muy extendido en el mundo. Por tanto, hay que concluir que las opiniones de Salvador son la mera expresión de prejuicios lingüísticos.
Otro argumento extralingüístico es manejado por Dixon al tratar de valorar lenguas para determinar si una lengua es mejor que otra. Posibles criterios para ello son:
That is highly suitable for […] functioning as a vehicle for aesthetic expression, for being a conduit for scientific thought and argumentation (Dixon 2016: 246).
Does one language provide a superior framework […] for philosophical introspection? (Dixon 2010: 4).
Estos criterios son, sencillamente, inasumibles, al ser expresión directa de un prejuicio lingüístico discutido por Harlow (1998 ): “There are things you can do in one language but not another, therefore some languages are better than others, therefore some languages are not good enough at least for some purposes” (Harlow 1998: 12); en otras palabras, “X is not good enough because you can’t discuss nuclear physics in it” (Harlow 1998: 12). En efecto, muchas lenguas no se usan en dominios públicos (ciencia, educación, filosofía, administración, etc.). Pero lo que sugiere Dixon (algo semejante sostenía también Salvador) es muy desafortunado, porque puede conducir a creer que, si una lengua no se usa para una función dada, se debe a un defecto intrínseco de ella, que es incapaz de satisfacer esa función. Esto es una falacia basada en argumentos extralingüísticos, porque:
this view confuses a feature of languages which is due to their history with an inherent property of languages. That is, this opinion concludes that because there has been no occasion or need to discuss, for argument’s sake, nuclear physics in Maori, it could never be done because of some inherent fault in Maori (Harlow 1998: 13).
Esto, por tanto, es insostenible, como muestran múltiples casos. Por ejemplo, la muy rica tradición filosófica árabe “goes back almost as far as Islam itself” (Adamson y Taylor 2005: 1). El árabe preclásico existía mucho antes, al menos desde el final del primer milenio a.C. (Al-Jallad 2017: 315). Sin embargo, la ausencia previa de tradición filosófica no fue obstáculo para desarrollarla desde la nada. Otro ejemplo que contraviene a Dixon (Longa y López-Rivera 2022) es el maorí, donde “lexical expansión work has been done on a largely ad hoc basis in response to specific needs as they were perceived to arise” (Harlow 1993: 100) 7 . También el hebreo moderno o Israeli (Zuckermann 2003, 2020) constituye otro claro ejemplo. El hebreo dejó de usarse en el siglo II d.C. y estuvo muerto durante 1.700 años. Cuando surge el Israeli a comienzos del siglo XX, el principal problema con el hebreo era su “severe lexical paucity, and more specifically the lack of root morphemes” (Zuckermann 2003: 64), pero eso no fue ningún impedimento para su revitalización, con más de 17.000 términos acuñados (Zuckermann 2003: 65). Por tanto, el hebreo se adaptó “to suit the needs of modern speakers” (Zuckerman 2003: 148), “acting as the primary mode of communication throughout all state and local institutions and in all domains of public and private life” (Zuckermann 2020: 2). Actualmente, el hebreo se usa para la vida diaria y también para discutir física nuclear, lingüística, genética o química.
Estos casos revelan que si una lengua carece de léxico para un dominio (ciencia, filosofía, etc.) no es porque no pueda aludir a él, sino porque la cultura de esa lengua no ha sentido esa necesidad. Si las circunstancias cambiasen, el léxico se desarrollaría sin problema alguno. Como señala Harlow (1998 : 13), “English can discuss nuclear physics because, over the centuries, as scientific thought has developed, it has acquired the vocabulary to deal with the new developments; it has not always been there as an inherent feature of English”. ¿Realmente se puede pensar que las lenguas en las que no se discute filosofía o ciencia son peores, como sugiere Dixon? ¿Cómo es posible evaluar lenguas según ese criterio?
Hace más de un siglo, Sapir (1921: 234) escribió estas clarividentes palabras de las que Dixon hubiera debido tomar nota:
It goes without saying that the mere content of language is intimately related to culture. A society that has no knowledge of theosophy need have no name for it; aborigines that had never seen or heard of a horse were compelled to invent or borrow a word for the animal when they made their acquittance. In the sense that the vocabulary of a language more or less faithfully reflects the culture whose purposes it serves it is perfectly true that the history of language and the history of culture move along parallel lines. But this superficial and extraneous kind of parallelism is of no real interest to the linguist except in so far as the growth of borrowing of new words incidentally throws light on the formal trends of the language. The linguistic student should never make the mistake of identifying a language with its dictionary.
3. LA EVALUACIÓN DE LAS VARIEDADES LINGÜÍSTICAS
El escepticismo sobre la tarea de evaluar lenguas crece aún más en nuestra opinión si consideramos la evaluación de variedades lingüísticas, sobre las que también se han realizado numerosas propuestas evaluativas. Nuestro argumento consiste en que todos los intentos de evaluar variedades, justificando la superioridad de una variedad (la estándar) sobre el resto, han sido rechazados sistemáticamente por la lingüística. Dado que la diferencia lengua-dialecto depende mucho más de factores extralingüísticos que de factores lingüísticos, es esperable que en igual medida la evaluación de lenguas no tenga ninguna base, como no la tiene la evaluación de variedades (cf. Rodríguez-Iglesias 2022).
Como bien saben los lingüistas, la distinción lengua-dialecto difícilmente se puede remitir a factores estrictamente lingüísticos (cf. van Rooy 2020 para una valiosa discusión de la construcción histórica desde la Edad Antigua, y especialmente desde el siglo XVI, de la oposición entre las nociones de lengua y dialecto). Como señala Moreno Cabrera (2013: 209), “la diferencia entre lengua y dialecto es social, cultural, ideológica o política, pero no lingüística. Una lengua estándar se suele concebir como lengua propiamente dicha y las lenguas naturales usadas en el territorio en el que se impone dicha lengua estándar, se consideran meros dialectos o hablas” 8 . También Bernárdez (1999: 30) apunta que “algo ‘es una lengua’ por motivos sociales y políticos, no lingüísticos”, aspecto en el que hay un consenso amplio (cf. Fasold 2006: 388; Pullum 1997: 321; Rickford 1999: 322; Schilling-Estes 2006: 313; Smitherman 2000: 13 9 , etc.). Puesto que muchas lenguas tienen su origen en dialectos específicos, razona Penny (2000: 27-28) que “si los ‘dialectos’ pueden gradualmente convertirse en ‘lenguas’, se sigue que no puede haber ninguna diferencia de categoría entre estos conceptos, sino tan solo diferencias de grado”. Este aspecto fue reafirmado de modo tajante en una resolución de la Linguistic Society of America en enero de 1997 ante la polémica generada por la resolución de Oakland de diciembre de 1996, en la que el consejo escolar del distrito de Oakland declaraba la legitimidad del Ebonics para usarse en el aula y proclamaba que es una lengua diferente del inglés: “The distinction between ‘languages’ and ‘dialects’ is usually made more on social and political grounds than on purely linguistic ones” (citado en Baugh 2000: 118). Prueba de ello son los casos del chino, considerado una lengua, aunque sus variedades no son inteligibles, o el sueco y el noruego, considerados dos lenguas, aunque son mutuamente inteligibles. Por ello,
Afirmar que una persona o una comunidad no habla lengua alguna, sino dialecto, variedad lingüística o habla no tiene ningún sentido lingüístico, sino sólo social o cultural. Lo que queremos decir es que la forma de hablar de las personas de esa comunidad carece de prestigio social, cultural o político. Pero el prestigio no es una cualidad lingüística sino social (Moreno Cabrera 2013: 209) 10 .
Dada la tenue distinción entre lengua y dialecto, puede ser revelador atender a los muchos intentos de evaluación de dialectos, que han producido juicios sobre dialectos mejores y peores. Aunque la idea de que la variedad estándar es ‘mejor’ que las restantes variedades impregna por desgracia la sociedad, la lingüística ha mostrado inequívocamente la falsedad de esa idea, bien recapitulada por Schilling-Estes (2006 : 312): “all varieties of language—including those quite far removed from ‘standard’ or socially prestigious varieties—are equally complex, regularly patterned, and capable of serving as vehicles for the expression of any message their speakers might wish to communicate” 11 . Las razones del predominio y el prestigio del estándar son puramente extralingüísticas, derivando “from history and from the social standing of its speakers” (Edwards 2006: 325); en suma, de aspectos contingentes o “historical accidents” (Andersson y Trudgill 1990: 188) que hubieran producido otro resultado diferente si las circunstancias históricas hubiesen sido diferentes. Sin embargo, el prescriptivismo intenta hacer pasar esas razones extralingüísticas como lingüísticas, presentando el estándar como una variedad intrínsecamente superior. Como señala Baugh (2018: 17), “Affluent and elite people throughout the world are the ones who determine which linguistic norms are valued […]” (cf. Piller 2016 y Rodríguez-Iglesias 2022 para una discusión sobre la noción de privilegio lingüístico).
No solo la evaluación de las variedades lingüísticas es errada, sino que tiene connotaciones tan perversas como graves. La supuesta inferioridad de las variedades no estándares fue (y es) sustentada mediante una posición de déficit basada en que, como denuncian Giroux (1987 : 2) o Wolfram (1998 : 107), los estratos dominantes (social, económica, cultural o lingüísticamente) reinterpretan las diferencias de los grupos no dominantes como déficits o deficiencias, con el resultado de que “diversity is viewed as deviance; and differences are viewed as deficits” (Gordon 1990: 15). Esa visión, debida a la fuerza de la ideología del estándar (cf. Lippi-Green 2012 y su modelo de ‘language subordination’), es ampliamente aceptada por la sociedad. Un ejemplo paradigmático de la posición de déficit derivada de los intentos de evaluar dialectos es el vergonzoso tratamiento sufrido por el black English (cf. la discusión crítica de Labov 1969 y Baugh 1988). La sociolingüística tuvo un papel clave en combatir esa posición de déficit sobre la variación dialectal, según la cual “speakers of socially stigmatized dialects have a language deficit that can impede their cognitive and social development” (Wolfram 1999: 20), formulando en su lugar la posición de diferencia: “Because no one linguistic system can be shown to be inherently better, there is no reason to assume that using a particular dialect can be associated with having any kind of inherent deficit or advantage” (Wolfram 1999: 20).
En resumen, la posición de déficit, aplicada a lo social, cultural o lingüístico, no se asienta en razones científicas, sino ideológicas y sociales, produciendo y fomentando la estigmatización de los grupos subalternos. Esta cuestión es bien conocida en lingüística, por lo que no insistimos más en ella. Por tanto, si no hay manera de evaluar variedades ni de sostener que algunas son mejores que otras, en la misma medida tampoco será factible la evaluación de lenguas, dada la tan difusa diferencia entre ambas nociones.
4. LA COMPLEJIDAD O SIMPLICIDAD DE LAS LENGUAS
Hasta ahora, hemos tratado críticamente muy variados intentos de evaluar lenguas, la mayoría de ellos vinculados con (o asentados en) prejuicios lingüísticos. Este apartado tratará la candente discusión actual sobre el grado de complejidad de las lenguas, esto es, sobre si existen lenguas más complejas o simples. Aunque dotada de una aparente cientificidad, esa discusión pretende igualmente evaluar lenguas. El tratamiento no será extenso por razones de espacio, pero expondremos algunas claves relevantes que, a nuestro juicio, siembran dudas sobre la supuesta existencia de diferencias de complejidad entre las lenguas.
A mediados del siglo XX, la lingüística alcanzó el consenso de que todas las lenguas disponían de una complejidad estructural similar, reflejado en esta conocida cita de Hockett (1958: 180-181):
the total grammatical complexity of any language, counting both morphology and syntax, is about the same as that of any other. This is not surprising, since all languages have about equally complex jobs to do, and what is not done morphologically has to be done syntactically.
Medio siglo de trabajo posterior con múltiples lenguas de todo el planeta no hizo sino corroborar esa idea, como señala Crystal (1997: 6): “All languages have a complex grammar: there may be relative simplicity in one respect (e.g. no word endings), but there seems always to be relative complexity in another (e.g. word position)”.
Aunque la posición de complejidad equivalente de las lenguas, llamada ALEC statement 12 (Deutscher 2009: 243) o Principle of invariance of language complexity (Sampson 2009: 1) sigue ampliamente aceptada, ha empezado con el nuevo siglo a ser relativizada o cuestionada (cf. Kortmann y Szmrecsanyi 2012; Miestamo 2008; Newmeyer y Preston 2014; Sampson 2009; para una panorámica de la polémica, cf. Joseph y Newmeyer 2012).
En primer lugar, cualquier intento de evaluar lenguas (la discusión sobre la complejidad no deja de serlo) debería basarse en criterios objetivos e inequívocos. Esto significa que debería existir una noción claramente articulada de complejidad, pero lo señalado dista mucho de ser obvio, lo que plantea una discusión sobre pies de barro. Ya Hockett (1958: 180) advirtió que “objective measurement [de la complejidad lingüística] is difficult”. Tras más de 60 años, la lingüística sigue careciendo de una medida explícita de complejidad para evaluar lenguas. Hay diferentes propuestas, pero discrepan en ámbito y procedimiento: complejidad global o local, absoluta o relativa, etc. Como señalan Joseph y Newmeyer (2012 : 360-361), aunque se han sugerido propuestas para medir componentes individuales de la gramática, no existen medidas de complejidad lingüística global. Por otro lado, “most who talk of complexity do not define it formally” (Campbell y Poser 2008: 360). Dados los problemas en la comparación de la complejidad de las lenguas, Miestamo ( 2008: 31) sostiene que “the cross-linguistic study of grammatical complexity should primarily focus on specific areas of grammar, i.e. on local complexity”. Sin embargo, la complejidad local no permite deducir demasiado a la hora de comparar lenguas, pues comparar una lengua con morfología reducida y otra con morfología exuberante, dejando de lado los restantes componentes de la gramática, produciría resultados engañosos. Por tanto,
nobody has managed to produce a metric for linguistic simplicity (or complexity). If you measure this by one feature you are refuted by another. If you measure by the number and variety of inflections, then English and Chinese […] are extremely simple; if you look at their syntax, it’s another story (Bickerton 1995: 35).
Aspectos como los referidos provocan que según Fenk-Oczlon y Fenk (2014 : 145) “as long as it is impossible to quantify the overall complexity of a single language, it is also impossible to compare different languages with respect to that quantity”. Sin una medida precisa, inequívoca, de complejidad, esta noción es arbitraria, usada de manera diferente en diferentes contextos, no permitiendo extraer conclusiones fiables.
Este carácter difuso de la noción de complejidad no sorprende, pues sucede lo mismo en biología: aunque en ella esta noción es fundamental, según Finlay y Esteban (2009 : 339) “there is little, if any, consensus on what the term ‘complexity’ means” (cf. también Adami 2002: 1085; Niklas 1999: 42). Además, está el problema “of quantifying biological complexity” (Lineweaver 2013: 8), para el que tampoco existe una medida aceptada.
Como anticipaba la cita de Bickerton, las comparaciones de complejidad entre lenguas no pueden reducirse a componentes específicos (por ejemplo, morfología, o sintaxis), pues esto sería irreal, al vetar apreciar la compensación entre componentes, el hecho de que la mayor simplicidad en un componente es compensada por la mayor complejidad en otro. Por ejemplo, Gil (2008 ) sostiene que las lenguas de orientación analítica (aislantes) son más simples que las de orientación sintética. Sin embargo, Riddle (2008 ) rechaza ese análisis: lenguas muy analíticas, como thai, chino o hmong, no son más simples que las sintéticas; aunque carecen de flexión, la complejidad se compensa en otros componentes, mostrando por ejemplo una mucho mayor complejidad en las categorías léxicas (mediante el mecanismo que Riddle llama ‘elaboración léxica’). Por ello, “I support the traditional view (Sapir 1921) that highly analytical languages are as grammatically complex as synthetic languages, although in different ways” (Riddle 2008: 134).
Los problemas no acaban aquí: Moreno Cabrera (2014a: 299) nos advierte de que, incluso con respecto a un único componente, las observaciones superficiales pueden ser equívocas. Este autor razona que la morfología verbal del catalán es mucho más compleja que la del inglés, aunque esto no supone, obviamente, que el inglés sea más simple que el catalán. La razón consiste en que los componentes de cada lengua forman una red compleja de relaciones, acomodándose todos los elementos en un nivel holístico.
Por ello, según Moreno Cabrera, si aislamos uno de esos elementos del sistema en que se integra, perdería su significación y función; “por esta razón no tiene sentido comparar la complejidad del verbo inglés con la del verbo catalán. Cada uno de ellos está integrado en su respectivo sistema lingüístico de una manera diferente” (Moreno Cabrera 2014a: 299). Lo que habría que comparar debería ser “la integración del verbo inglés en la fonología, morfología, sintaxis y semántica inglesas con la integración del verbo catalán con la morfología, fonología, sintaxis y semántica de la lengua catalana” (Moreno Cabrera 2014a: 299). Pero, si se hace tal,
caeremos en seguida en la cuenta de que no tiene el menor sentido deducir que la integración de uno es menos o más compleja que la integración del otro. Los dos están integrados en sus respectivos sistemas de una forma idiosincrásica de esas lenguas y esa integración no es comparable (Moreno Cabrera 2014a: 299).
Por otro lado, un tema muy discutido actualmente en cuanto a la equicomplejidad de las lenguas es la supuesta simplicidad de la lengua pirahã, que según Everett (2005 ) carece de elementos como subordinación clausal o incrustación gramatical de cualquier tipo, cuantificadores, números, etc., derivando esas ausencias de una restricción cultural, “the restriction of communication to the immediate experience of the interlocutors” (Everett 2005: 622) 13 . Aunque su visión ha sido contestada (Nevins 2009), la descripción de Everett (2005 ) ha sido presentada por autores como Sampson (2009 : 15) como “an unusually simple present-day language”. Aunque es cierto que la caracterización de la sintaxis pirahã por parte de Everett es simple, la conclusión de Sampson es errada, porque el propio Everett (2005 : 621) nos advierte de que esta lengua “has the most complex verbal morphology I am aware of and a strikingly complex prosodic system”. Por tanto, una complejidad fuerte en un componente compensa la menor complejidad en otro (el problema es, ya sabemos, cómo medir la complejidad global). Pero incluso las conclusiones sobre la supuesta simplicidad de esa lengua son puestas en duda por Dixon (2016: 145-146):
During recent years, unfortunate misinformation has been bandied around concerning Pirahã, an Amazonian language. The gossip (it is little more than that) is that Pirahã has a far simpler grammar than any other known language. Yet no comprehensive grammar has been produced to back up these claims. A number of intelligent and responsible Summer Institute of Linguistics missionary linguists have worked intensively on the language, including Arlo and Vi Heinricks (1960-7) and Keren Madora (from 1979, continuing until today). They confirm that Pirahã is most definitely not lacking in complexity, and that its character has been grossly misrepresented.
Por ello, Dixon (2016: 4) afirma que “all languages are roughly equal in terms of overall complexity”.
Finalmente, para añadir mayor confusión al debate, Everett parece haberse retractado de algunas tesis previas. Mientras Everett (2005 : 628) sostenía de modo muy controvertido que “the evidence suggests that Pirahã lacks embedding”, Piantadosi (2012), trabajo del que Everett es coautor, sostienen que “We have provided suggestive evidence that Pirahã may have sentences with recursive structures”.
Otro caso de lengua supuestamente muy simple es la variedad riau del indonesio estudiada por David Gil. Gil (2009 ) la caracteriza como lengua IMA relativa (isolating, monocategorial, associational), lo que implica que carece de estructura morfológica, no distingue entre categorías sintácticas (solo existe una ‘open syntactic category’, oración) y no dispone de reglas de interpretación semántica específicas de construcciones.
Sin embargo, Moreno y Mendívil-Giró (2014) cuestionan un aspecto central en el análisis de Gil. Como ya señalamos, según Gil (2009 : 23), la estructura oracional básica del riau es “purely IMA”, ejemplificada por esta oración:
Ayam makan
chicken eat
A(chicken eat)
De acuerdo con Gil, esa oración solo tiene dos “content words”, sin ningún marcador gramatical. Cada palabra es monomorfemática (carácter aislante), ambas palabras “exhibit identical grammatical behaviour”, por lo que remiten a la misma categoría (carácter monocategorial) 14 , siendo esa oración “a simple juxtaposition, or coordination, of two sentences” (Gil 2009: 23), y finalmente su carácter asociacional “can be seen in the wide range of available interpretations” (Gil 2009: 23), pues ‘ayam’ no especifica número ni definitud, y ‘makan’ carece de tiempo y aspecto, mientras que la oración como un todo tampoco está especificada para papeles temáticos, “with ayam being able to bear agent, patient, or any other role in relation to makan” (Gil 2009: 23). De ahí que “the sentence can be understood in very different ways, such as ‘The chicken is eating’, ‘The chickens that were eaten’, ‘The reason chickens eat’, and so forth” (Gil 2009: 23).
Sin embargo, ese análisis es cuestionado muy seriamente por Moreno y Mendívil-Giró (2014), con un argumento tan claro como contundente: a su juicio, el Riau “presents an extreme degree of covert or hidden complexity” (Moreno y Mendívil-Giró 2014: 108) no explorada por Gil, que se basa en observaciones superficiales. Según ambos autores, esta conclusión es inevitable, pues si no existiera estructuración gramatical oculta, “Riau Indonesian addressees would not be able to determine in an uniform way the intended meaning of a linguistic expression in a particular context” (Moreno y Mendívil-Giró 2014: 108). Sin embargo, “Gil does not report any difficulties by native speakers of Riau Indonesian in determining the intended meaning of sentences in particular contexts” (Moreno y MendívilGiró 2014: 108). Por tanto, “without a formal determination of the intended interpretation of apparently ambiguous sentences in Riau Indonesian, this phenomenon is impossible to account for on a rational basis” (Moreno y Menvídil-Giró 2014:109).
Para finalizar este apartado, tratamos dos argumentos más que arrojan dudas sobre la evaluación que apunta a diferentes grados de complejidad de las lenguas. El primero, recurrentemente señalado por Moreno Cabrera (2003 , 2007-2008, 2014b, etc.), consiste en que sostener que las lenguas difieren en complejidad ignora que “todas las lenguas son aprendibles en un período de tiempo similar” (Moreno Cabrera 2003: 482) por los niños. Si existieran esas diferencias, razona este autor, sería esperable que algunas lenguas tardasen más en ser adquiridas que otras, pero esto no sucede.
En segundo lugar, creemos que otro aspecto también arroja dudas sobre la idea de que las lenguas difieren en complejidad. Si en lugar de adoptar la complejidad estructural, cuantitativa, consideramos la complejidad computacional, cualitativa, de tipo formal, mediante la jerarquía de Chomsky (Chomsky 1956, 1959), no parecen existir diferencias entre las lenguas naturales. Esta jerarquía establece límites superiores e inferiores sobre las capacidades computacionales y caracteriza varios tipos computacionales entre ambos límites, dispuestos en una escala creciente de complejidad computacional (cf. Balari 2014; Balari y Lorenzo 2013: caps. 1, 5; Levelt 2008), y que pueden determinar el tipo de algoritmo que describe computacionalmente una tarea. Los tres tipos son 15 : (1) tipo 3, sistemas regulares: poder computacional equivalente a un autómata de estados finitos; (2) tipo 2: sistemas libres de contexto: poder computacional equivalente a un autómata con pila, y (3) tipo 1: sistemas sensibles al contexto: poder computacional equivalente a un autómata acotado linealmente.
Nótese que, frente a la complejidad cuantitativa, los tipos caracterizados por la jerarquía de Chomsky derivan de criterios bien definidos y objetivamente motivados: por un lado, el tipo 3 es incapaz de procesar dependencias a larga distancia, mientras que los tipos 2 y 1 sí pueden procesarlas; por otro lado, mientras el tipo 2 puede procesar dependencias anidadas (de tipo ‘abccba’), el tipo 1 es el único capaz de procesar dependencias cruzadas (de tipo ‘abcabc’). Desde esta perspectiva, todas las lenguas comparten la misma complejidad cualitativa, asociada al tipo 1; más específicamente, sistemas suavemente sensibles al contexto (Joshi 1985). Es extraño considerar que mientras la complejidad cualitativa de las lenguas es la misma, la cuantitativa difiere. Como señala Berwick (2016 : 91), la complejidad cualitativa se cumple incluso en pirahã: “As far as nearly all linguists can make out, there is no such thing as a finite language, despite occasional demurrals from some corners, notably by Everett with respect to the Amazonian aboriginal language pirahã (2005)”.
En resumen, la evaluación de las lenguas según su complejidad es cuando menos problemática, no arrojando resultados claros que validen diferentes grados de complejidad en las lenguas.
5. CONCLUSIONES
Este trabajo ha discutido la evaluación de lenguas, que se ha efectuado/efectúa en base a muy diferentes aspectos. Esa evaluación o valoración implica establecer juicios de valor sobre las lenguas, que determinan que unas lenguas son mejores que otras. El trabajo ha discutido cuatro problemas intrínsecos asociados a esa tarea, y la ausencia en ella de criterios objetivos. Por otro lado, al menos la gran mayoría de esas evaluaciones asumen una posición de diferencia intrínseca (Edwards 2006) entre lenguas que carece de justificación lingüística. Además de ello, la evaluación o valoración de lenguas supone un riesgo que no debe subestimarse, como es fomentar o reforzar prejuicios lingüísticos que resultan en la discriminación de lenguas (o variedades) y, sobre todo, de sus hablantes. Finalmente, no debemos olvidar que la evaluación de lenguas se opone a la posición descriptiva sostenida por la lingüística, “which has no place for value-judgements” (Milroy y Milroy 1985: 11).
Por todo ello, debemos ser escépticos sobre la evaluación de lenguas, pues “there are no objective criteria for judging worth in language” (Algeo 1998: 178), ni para sostener, como resultado de esa evaluación, que unas lenguas deben ser mejor valoradas o consideradas mejores que otras. Por todo ello, concordamos plenamente con Crystal (1997: 7) cuando afirma que “perhaps one day some kind of objective linguistic evaluation measure will be devised; but until then, the thesis that some languages are intrinsically better than others has to be denied”. No ha habido ni un caso de resultado de evaluaciones o juicios de valor sobre las lenguas que se haya visto confirmado por la investigación lingüística, sino todo lo contrario.
Aunque la lingüística ha hecho avances extraordinarios sobre su objeto de estudio, todavía queda muchísimo trabajo por hacer para seguir expandiendo el conocimiento sobre un fenómeno tan complejo como el lenguaje y las lenguas, y esto es a lo que las personas interesadas por el estudio del lenguaje deberían consagrar sus esfuerzos. Si, por el contrario, alguien quiere malgastar o perder el tiempo, añadir confusión al ámbito, o ayudar a expandir prejuicios lingüísticos (o, más en general, ideologías lingüísticas), entonces siempre tendrá la posibilidad de dedicarse a la vana tarea de evaluar lenguas, y a establecer juicios de valor sobre ellas. Pero en este caso debería ser plenamente consciente de las gravísimas implicaciones de esa tarea, pues evaluar y jerarquizar lenguas supone en realidad evaluar y jerarquizar seres humanos, los usuarios de las lenguas (estas no existen como entes abstractos). Y esto, llamando a las cosas por su nombre, es, sencillamente, racismo.
Resumen:
1. INTRODUCCIÓN
2. PROBLEMAS DE LA EVALUACIÓN DE LENGUAS
2.1. Abstracción y procedimiento top-down
2.2. Ignorar el contexto concreto de cada lengua
2.3. Visiones insostenibles sobre el lenguaje
2.4. Uso de argumentos extralingüísticos
3. LA EVALUACIÓN DE LAS VARIEDADES LINGÜÍSTICAS
4. LA COMPLEJIDAD O SIMPLICIDAD DE LAS LENGUAS
5. CONCLUSIONES